De pequeña era una niña aparentemente feliz. Sentía mucha alegría, pero en el fondo dentro de mí también sentía mucho sufrimiento, sobretodo por mi familia, por mi madre. Tampoco entendía a dónde íbamos, de dónde veníamos, qué hacíamos aquí. Empecé a querer hacer que la gente estuviese feliz comportándome siempre de una forma alegre y cariñosa con ellos, pero el sufrimiento seguía dentro de mí.
Gracias a la empezar a practicar la observación y la meditación fui experimentando que podía liberar todo ese sufrimiento que sentía dentro. Al prestar atención a mi interior, empezaron a pasar verdaderos milagros, acontecimientos inusuales: Empecé a entender que podía experimentar más amor del que las personas me podían dar, a sentir plenamente mis emociones, y como consecuencia me hice más sensible y lloraba por nada. Normalmente lloraba de alegría, pero en ocasiones también de sufrimiento y tristeza, como todos.